viernes, 2 de mayo de 2008

La Ciénaga de Ayapel: Paraíso escondido de Colombia.

En 1535 el conquistador ibérico Alonso de Heredia, hermano del fundador de la histórica Cartagena de Indias, en su plan de expansión por descubrir y aumentar el dominio español llegó en su navegar rutinario hasta la ciénaga de Ayapel. Atraído por el embrujo de la belleza del paisaje que sus ojos contemplaron maravillados en esos momentos, de inmediato se asentó con sus acólitos a orillas de esta majestuosidad de la naturaleza para fundar a Ayapel. Eran predios del legendario cacique Yapé, quien comandaba al grupo de indígenas zenúfanos asentados en ésta parte naciente de la depresión momposina y desterrados con sus vasallos para ejercer el dominio que desde la madre patria se imponía.

El panorama de esta acuarela natural en aquella época histórica era más exuberante. La ciénaga adornada por conjuntos de apiladas garzas y demás especies de aves a lo largo del enjambre de manglares que bordean sus orillas resalta una vista indescriptible para el ser humano. Los amaneceres iluminados por el despertar de un sol radiante que emerge de manera lenta en el horizonte lejano resaltan los contornos de la serranía de San Lucas. Y en los atardeceres cuando se apaga el brillo del astro rey en el poniente el destello débil refleja en sus aguas, como barnizadas por la luminosidad, un atractivo único e inenarrable para el común de los parroquianos.
Asentado don Alonso de Heredia, como era la costumbre de los españoles de la época, bautizó a ese inmenso espejo de aguas tranquilas con el nombre de ciénaga de María Luisa y al poblado naciente con el antiguo nombre de San Jerónimo del Monte de Ayapel.

La ciénaga es una voluminosa masa hídrica que presenta un conjunto de rincones paradisíacos que reflejan con su relieve singular un juego armónico que con avidez invita de manera insaciable a descubrirle ese conjunto de encantos que ha guardado a través del tiempo. Descubrirla nos llevará a mimarla con dulzura. Su atractivo contagioso es más que aliciente para motivarnos a conservarla y protegerla, ya que estos lares exuberantes son pocos lo que quedan en el mundo. El hombre ha tratado destruirla, pero ella se ha resistido a morir. Es más poderosa su belleza y su hechizo que el afán del ser humano por devastarla.

Conocerla significa de inmediato aceptar un convite provocador para entablar un juego imperioso con la madre naturaleza que llenaría de generosidad infinita la relación armónica entre el hombre y la naturaleza, para que este paraíso acuático alimentado por caños y quebradas que vierten sus caudales lentos sobre ella fragüen un impresionante espectáculo donde la flora y fauna se conjugan para deleite de quien la contempla.

Es el fulgor de su gracia la que impacta por sus encantos quiméricos, y que nos estimula para conservar sus aguas y su entorno que sirven de relax para quien la conozca, para bregar que su biodiversidad siga albergando a las especies que adornan ese hábitat lleno de vegetación que representa un cuadro increíble de preciosidad inenarrable.

Quisiera uno tener el don de la exactitud para describir tanta hermosura o ser el artista gráfico preciso para expresar con imágenes la realidad puntual de lo que se observa, de lo que se siente, y del placer que produce recorrerla. Por eso, dibujar éste escenario es un esfuerzo épico; porque plasmar en este contexto y tratar de esbozar con palabras la extraordinaria belleza de la ciénaga de Ayapel, es como buscar las pinceladas perfectas del Creador para que la imaginación pueda, al menos, captar una mínima parte de esta realidad. Es un reto inmenso tratar de reproducir lo que se palpa a simple vista, pero con el acompañamiento de algunas gráficas se aprecia algo de la belleza que contiene el entorno de la ciénaga de Ayapel que rompe su letargo adornado por la rutina diaria de los bogas que reman sobre ella o las canoas que surcan su superficie de un lugar a otro. El movimiento de sus olas es silencioso y casi imperceptible. Aquí yace a la vista de todos para regocijo del mismo ecosistema.

Los paisas, una raza orgullosa y altiva de si mismos, no se han resistido al encanto embrujado que encierra la ciénaga de Ayapel. Un buen número de destacadas familias antioqueñas han construido flamantes casas campestres con estilos modernos y apacibles copando los bordes que la rodean, para contemplar extasiados esta obra estética del Creador como otros puntos que acicalan al globo terráqueo; como para que no olvidemos quién fue el creador del mundo.

LA CIÉNAGA Y SU ENTORNO CULTURAL.
Como todo territorio rivereño, la ciénaga de Ayapel sirvió para forjar un conjunto de leyendas y expresiones culturales que integran las tradiciones de esta zona del país, todas relacionadas con ella, pero que de manera infortunada se han ido diluyendo con el paso del tiempo, y los efectos de la globalización han devorado acelerado el debilitamiento de su rico acervo histórico del cual queda muy poco en la memoria de los pobladores y de la misma historia.
Narra la historia que las generaciones de los pocos mestizos y criollos asentados en este recóndito lugar se inclinaron desde tiempos pretéritos por la religión católica, y por heredad absorbieron el entusiasmo caribeño; hechos que embriagaron al Arzobispo-Virrey de entonces, Antonio Caballero y Góngora, en una casual visita que realizó por estos lares.

Tal vez los gritos rebeldes de Policarpa Salavarrieta y José Antonio Galán en la explosión comunera del Socorro en 1781 jamás llegaron a oídos de los criollos de Ayapel. Pero los nativos, el 14 de septiembre de 1785, en la pequeña plaza que adorna en la actualidad el frente de la catedral San Jerónimo de Ayapel se sublevaron para ejercer su autonomía.

Por qué surgió esta rebelión? Pues, los poblanos realizaron en honor del Cristo de los Milagros una comedia popular sin la autorización del capitán González Belandres, quien se encontraba de permiso. En la celebración del festejo una gracia que causó risa entre los asistentes enfureció al teniente Rafael Gobulla, creándose una enorme trifulca entre las autoridades españolas y los nativos para dar paso a un gobierno local y autónomo dirigido por el criollo Juan Andrés Troncoso, no sin antes que los pobladores le solicitaran al representante religioso la Caja de Reales y el ‘bastón de mando’.

El nuevo gobierno autónomo, en forma de comuna con cabildo abierto, por demás criollo, generó ira en el virreinato que de inmediato ordenó al sargento Juan Plantat la retoma del villorrio, pero ante la disposición valiente de los poblanos ayapelenses esta no se hizo realidad hasta la llegada de un nuevo misionero, el cura Pedro José Martínez, quien sirvió de mediador logrando un armisticio, y terminar así, el 19 de diciembre de 1785, el efímero gobierno soberano. Tal vez, el primero que se dio en la historia de Colombia.

A orillas de la ciénaga de Ayapel se levanta el templo que se construyó por parte de los curas peninsulares: la iglesia San Jerónimo, declarada patrimonio cultural de Córdoba, que sobresale por su delicada belleza arquitectónica. En esta construcción se encuentra un pequeño y antiguo reloj de sol que señala con una precisión increíble las horas del día. En su obra primero se edificó una torre, que con el sonar estridente de las enormes campanas en cada atardecer y cada amanecer creaba resonancias fastidiosas a los vecinos del lado, éstos mandaron a construir otra torre al otro lado de la iglesia trasladando allí el campanario por el tormento que les causaba el repicar de las campanas cobrizas traídas desde España.

La alegría de los nativos es espontánea, como todo caribeño. Su religiosidad sigue siendo en su gran mayoría católica y afecta al santo patrono San Jerónimo. En su honor se efectúa una actividad religiosa única en el mundo. El 21 de septiembre de cada año, a las 12 del día, el pueblo se aglomera en el centro religioso para bajar la imagen de yeso de su pedestal central acompañado por el estruendo de pólvoras, que explotan como queriendo hacer estallar todo lo que está alrededor, unidos a los gritos delirantes de vivas al venerado santo, para dar paso a nueve noches de ceremonias religiosas que se denominan ‘novenas’ o ‘novenario’ de San Jerónimo. El 30 del mismo mes, día oficial del santo patrono, se efectúa el ritual de la procesión que consiste en una enorme peregrinación de fieles y devotos que asisten en masa, convirtiéndose en uno de los desfiles religiosos más multitudinario de la costa Caribe. Este nutrido grupo humano marcha lerdo por las calles del pueblo al compás de los sonidos del himno religioso creado para él e interpretado por una tropilla de músicos que conforman la Banda San Jerónimo, fundada en 1926 y bautizada así en honor al patrono; además, ganadora del II Festival Nacional Porro que se celebra anualmente en San Pelayo (Córdoba). Esta romería de feligreses culmina su desfile en la noche colocando la efigie del santo patrono en su plataforma. De inmediato en la tradicional y pedregosa plaza Santander se inicia un festín popular conocido como fandango que dura hasta el amanecer y donde se conglomera los ayapelenses sin distingos de clases sociales para ingerir licor y bailar al ritmo de los aires musicales propios de la región. Y como toda fiesta pagana, la celebración religiosa al santo culmina con las conocidas fiestas de toros en corralejas que se realizan durante cinco días seguidos en los primeros días de octubre en un derroche de licor, sangre y música.

Por esto los invito a descubrir a este paraíso escondido de Colombia como lo hizo Alonso de Heredia. Descubrirlo es fácil. A 40 kilómetros de la carretera troncal que del interior del país comunica a la costa atlántica, entre los limites de los departamentos de Antioquia y Córdoba, un desvío a la altura del municipio conocido como La Apartada los llevará a conocer una de las bellezas mas desconocidas de Colombia, con la seguridad de quedar absorto por la existencia de esta gracia divina. El poblado es apacible lo que permite contemplar en paz y sin el apremio de las vicisitudes de los violentos de toda la majestad del Creador. Usted encontrará un pequeño conjunto de casas antiguas que aún permanecen con los viejos rasgos de construcciones altas y techos elevados que pertenecieron en el pasado a europeos y árabes. El turismo es incipiente. La promoción de la pesca y la caza deportiva, los deportes náuticos y otras actividades de recreación por explorar encontrarán en este paraíso escondido de Colombia el lugar perfecto para el descanso y la merluza que produce este portento ecológico.

Aquí solía pasar de manera desapercibida Guillermo León Valencia, quien en el ejercicio como presidente de la república se escapaba del palacio capitalino para disfrutar la ciénaga e ir de caza deportiva. La tranquilidad del poblado y la alegría de su gente fue lo que inspiró al médico local Orlando Márquez Miranda para bautizar a éste lugar como “Acuario de Amor y Amistad.”

Atrévase a descubrir a la Ciénaga de Ayapel como lo hizo el conquistador español Alonso de Heredia, y encontrará otro paraíso escondido… otro lugar invisible que aún existe en nuestra querida Colombia.